Toda Sarkolandia está adormecida, anestesiada, invadida por el espectáculo mediático perpetuo de un presidente que sólo razona en términos de imágen, que gobierna con la huida hacia adelante y que muestra con complacencia los avatares de su vida privada, del divorcio a sus nuevos arrullos, de lo que verdaderamente no tenemos nada que hacer. ¿Toda Sarkolandia? No. Una pequeña población todavía resiste y siempre, lejos de los medias. Universidades en Orly, Correos en la Ópera, sin olvidar a los profesores de los institutos profesionales, los arqueólogos, los gérmenes de la rebelión abundan, muy a menudo, podemos decirlo sin falsa modestia, con, entre otros, la CNT. No hay más que ver la oleada de revuelta de Villiers-le-Bel para comprender que la paz social y el consenso sólo existen en las cabezas de una prensa amordazada, de una tele “a las órdenes” y, por todas partes, de serviles mercenarios, reclutados en la casta de los "intelectuales", que trocaron su libertad de pensar y de hablar por un plato de lentejas bien lleno.

En este contexto, el 24 de enero toma un color particular. ¿ Será el punto de partida de una movilización sindical orquestada por las grandes centrales que desearían recobrar alguna legitimidad, esperando la ley sobre representatividad, arañando algunas migajas en torno a sus reivindicaciones? ¿ O el reinicio de un movimiento que estremeció noviembre y que podría volver a empezar?, ¿son tan grandes la exasperación y las ganas de llegar a las manos con la patronal, el capitalismo y el Estado?

Los motivos para rebelarse son numerosos, y abarcan capas muy amplias de trabajadores, incluida gente que no tiene demasiada costumbre de moverse contra la derecha, como los magistrados. Jubilaciones, salarios, libertades individuales, expulsión de sin-papeles, represión, los ataques son cada vez más duros. No puede haber paz con este gobierno, ganaremos sólo aquello por lo que peleemos. No nos podemos contentar con una atisbo de movilización, estar en la calle el 24 para volver al trabajo el 25. La relación de fuerzas no se hará en los despachos de negociación sino en la calle, a diario. O bien llegamos a imponer en todas partes dónde estamos presentes las condiciones necesarias para una huelga dura para hacerlos ceder, o bien será necesario resignarnos a ver todas las conquistas de estas últimas décadas aplastadas por el espíritu revanchista de una derecha sin complejos y por la voluntad de Medef (Patronal francesa) que quiere acabar con el Código del trabajo, con algunas garantías que todavía nos quedaban, para transformarnos en esclavos modernos. Públicos, privados, franceses, extranjeros, lo que está en juego es lo mismo, los enemigos son los mismos. Las sirenas de la división no deben mermar nuestra determinación. Más allá de las reivindicaciones justas sobre nuestras condiciones de vida y de trabajo, también es nuestra dignidad de trabajadores, tantas veces burlada, la que debemos reconquistar.

No tendrán lastima de nosotros, no es necesario que tengamos lastima de ellos.

Juan Giskan (STE 75)